LOS EXCREMENTOS
Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no tenía fuerzas en sus piernas. Sentía que el entorno le daba vueltas, por lo molesto que le resultaba el incienso quemado por los comerciantes.
La gente se reunió a su alrededor para socorrerle. Algunos le frotaban el pecho y otros los brazos. Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que el dulce y exquisito aroma de esa misma agua era la que lo había puesto en ese estado. Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le tomaban el pulso. Algunos opinaban que este individuo había abusado de algún licor, y otros opinaban que podía ser un abuso de hachís (opioide). Nadie, en definitiva, encontró el remedio para hacer volver en si a este hombre desmayado.
Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor de pieles. Tan pronto como supo lo que sucedía a su hermano, fue apresuradamente al mercado, recogiendo en su camino todos
los excrementos de perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo: “¡Yo conozco la causa de su mal!”.
La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el remedio consiste en recobrar esas costumbres. Por eso existe el pensamiento que reza: “¡La suciedad ha sido creada para los sucios!”.
Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las personas alrededor, sospechando algún truco de magia, se Dijeron unas a otras:
“Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto”.
Ya ves. Toda persona que no se convenza por el agradable aroma de estos consejos se convencerá ciertamente por los malos olores.
Un gusano nacido en los excrementos no cambiará de naturaleza al caer en el ámbar.
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